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El reto del perdón

  No sé por dónde empezar bien, pero supongo que está bien si lo hago por el final, como me pasa a menudo. Estaba en busca del amor propio, después de haber experimentado todo tipo de amor, y descubrí que ese sentimiento fue el que finalmente me llenó. Pero ahora tengo un nuevo reto: el perdón. Hace unos días busqué redención en el único lugar donde el silencio de mi mente no me incomoda, donde puedo escuchar mis pensamientos sin sentirme una absoluta extraña: la iglesia. Mi paso iba a ser breve, pero algo me llevó a confesarme. Recordé las palabras de mi abuela: “Solo confiésate si estás arrepentida, si no vas a volver a pecar”. Desde que ella me dejo, nunca más quise enfrentarme a eso hasta esa tarde, luego de once largos años, lo hice, yo sola. Le conté al padre lo que me había dicho mi abuela, y él me preguntó: “¿Has venido arrepentida?” Las lágrimas comenzaron a brotar antes de que pudiera responder. Dije que sí, pero también que no. Expliqué mis motivos. Entonces me escuchó y...
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Samsara

Mientras pasaban los días, me preguntaba qué sentía realmente. En medio del caos, de la pena, de la confusión, comencé a necesitar entender el origen del golpe que me dio esta situación. Una tarde, en terapia, Abi me dijo: —Una no puede entenderse si antes no ve de dónde viene ese dolor, esa frustración. ¿Es mi culpa? Tal vez. Cuando tenía seis años, recuerdo a mi papá rompiéndole la boca a mi hermano, o pegándole con una soga. Yo, inmóvil, paralizada por el miedo, por el dolor ajeno, por los gritos de él y los míos, sin poder hacer nada. Hablar de mi hermano es otro tipo de dolor. Así como alguna vez hablé de los tipos de amor, ahora quiero hablar de los tipos de dolor que he sentido a lo largo de mi vida. A los 16, vi a mi hermano mayor, mi superhéroe, mi mejor amigo empezar a perderse en un mundo tan oscuro que ni el sol de verano podía iluminarlo. No había claridad para él. Su dolor se convirtió en el mío. El dolor de mi mamá al verlo así también se volvió parte de mi cruz. A los 2...

Cigarette daydreams

Hace pocos días, mientras hablaba con unos viejos amigos, nos pusimos a recordar     como siempre pasa en esas conversaciones largas y llenas de pausas todo lo que nos había ocurrido recientemente. Compartíamos anécdotas, desahogos, logros y frustraciones. Yo, sin darme mucha cuenta, respondía casi todo con humor. Me reía de cosas que antes me habrían molestado, comentaba desde la ligereza situaciones que en otro momento me habrían dejado pensando por días. Entonces uno de ellos me miró, sonrió y dijo: “La vieja tú ya estaría muy enojada”.  Me reí y asentí, porque tenía razón. La vieja yo se habría tomado todo demasiado en serio. Habría reaccionado, se habría encerrado en su mente, como si todo fuera muy personal, como si el mundo estuviera constantemente a punto de caerse. Y ahí me di cuenta. Algo cambió. Algo en mí, o quizás todo. Ahora que el dolor se esfumó, que el caos se tornó en calma, está saliendo una versión de mí que pensé que ya no existía. Una que se había es...

Sin prisa, sin pausa

 Hace unos días estuve husmeando algunas cosas de mi pasado, los ojos se me llenaron de lágrimas, tenía una sensación muy fuerte de meterme a la pantalla y abrazarme, y reconfortarme, por tantas cosas que aguanté en silencio y en soledad. El no permitirme ser vulnerable me lastimó tantas veces que ver ahora a esa Aly llorando, destrozada, me duele tanto. Recuerdo que en ese tiempo no entendía lo importante que es darnos el permiso de ser vulnerables. Pensaba que mostrar mis emociones era una debilidad. Ahora sé lo equivocada que estaba y les dejaré un consejo que leí en alguna red social que ahora no recuerdo, pero que pesó en mí: “No sana quien finge ser fuerte, sino quien se permite ser vulnerable.” Todo esto me hace pensar en la pregunta que me hizo un amigo hace unas semanas: ¿qué consejos te han dado que te han ayudado? A lo que yo contesté: ninguno. Y no porque nunca hubieran querido, sino porque realmente nunca me permití contar o expresar cómo me sentía o lo que me dolía. P...

Kintsugi

 En algún punto de mi vida, me descubrí descubriéndome, y fue algo catártico. Hubo un tiempo realmente largo en el que solo me interesaba una cosa: el amor romántico. No quería ni me interesaba otra cosa que no fuera esa, y eso me llevó a cometer demasiados errores, a que muchas personas se aprovecharan de mí, de esa necesidad que yo sentía por sentirme amada. Y de pronto, de alguna manera u otra, la última ola que me hundió me sacudió totalmente. Muchas veces había escuchado la frase: “Tú decides si el dolor te destruye o te construye”, y yo estaba destruida, hecha trizas. Me había disfrazado de alguien que en esencia no era yo y, así como fui lastimada, también lastimé a mucha gente. Ahora, en retrospectiva, me apena mucho esa chica en la que me convirtió el dolor. Pero luego llegó alguien que, de cierta forma, me enseñó lo que el amor es y lo que no es. Más que enseñarme, me incentivó, me empujó, me arrojó a mis propios brazos. Yo sentía que él nunca quiso mi amor, pero yo querí...

Chasing

 En una de las sesiones más crudas que tuve en terapia, Abi me miró fijamente y me preguntó: —¿Es así como quieres vivir? ¿Llena de ansiedad, de miedo, de angustia, sin poder conciliar el sueño? No esperaba esa pregunta. Jamás me había detenido a pensar en esa parte de mi vida. Lloré casi toda la sesión. Al salir, caminé sin rumbo durante una hora, con Danilo Stankovic de fondo, mientras una nueva pregunta me rondaba: ¿Realmente qué quiero? ¿Qué clase de vida deseo llevar? Han pasado ocho meses desde aquel día, y en todo ese tiempo me dediqué a reorganizar mi vida. Ha habido cambios de última hora, desorden, mucho polvo y me deshice de cosas que ya no me servían en absoluto. Hace dos días, mientras desayunaba sola y tranquila como cada mañana, me hice otra pregunta: ¿Este silencio es soledad o tranquilidad? Y ahí lo supe. Era la tranquilidad que tanto había rogado a Dios y al universo. Me di cuenta de que me habían escuchado, de que este respiro era la respuesta. Entonces recordé l...

Hasta siempre Héctor

 La tarde de ayer me despedí de un hombre que marcó mi niñez y gran parte de mi adolescencia. Ayer falleció el papito Héctor, un hombre a quien conocí cuando mi mamá se casó con su hijo. Yo tenía solo siete años. La noticia, de alguna forma, me impactó, aunque lo despedí tal cual lo conocí: tranquila y con una sonrisa en la cara. Sin embargo, con el paso de las horas, ya en la soledad de mi habitación y escuchando a Los Panchos, las palabras de su esposa no dejan de resonar en mi mente: “He perdido a mi compañero de vida”, repetía una y otra vez, para luego añadir entre sollozos: “Se fue para siempre… no espero la hora de reunirme con él”. Mi corazón, traicionero, me hizo arrojar una que otra lágrima que creí no debía derramar, pero allí estaban. Reflexioné entonces: mi papá perdió a su padre, pero esa mujer, que lloró desconsolada ayer y hoy toda la tarde, perdió algo más profundo. Perdió a su mejor amigo, al hombre que mejor la conocía, a su compañero de vida. Ese pensamiento me ...