Conforme pasaban los días, mi mente comenzaba a ir más rápido. ¿Es esto una consecuencia? ¿Una ventaja? Tal vez podría volverme más inteligente y utilizarlo a mi favor, pero de repente llegó ese momento en que se salió de control y no pude detenerla. No logré apagarla, no logré controlarla. Incluso en mis noches más pesadas, mi cabeza se llenaba de ideas y escenarios para resolver todos mis problemas. ¿Es esto desorden mental? ¿O es madurez? ¿Es esa toma de decisiones maduras a la que todos llegamos en cierto punto? ¿Cómo saber si estoy en lo correcto? ¿Cómo saber si esta vez no caeré y me equivocaré? ¿Cómo saber si he trabajado lo suficiente en mí misma para estar segura de que, si caigo, volveré a levantarme? No había manera de estar segura.
Ahora agradecería tener una bruja, una bola de cristal, o al menos detener el tiempo… prolongarlo para poder pensar bien qué camino tomar. Sin embargo, lo que más me atormenta es saber que, aun si tuviera un año para reflexionar sobre una decisión sabia, probablemente seguiría sintiendo que no es suficiente.
He vivido momentos muy duros en los que me vi obligada a actuar como adulta, aunque me sentía como una niña. Pero ahora me siento más niña que nunca, y no saben cuánto desearía poder esconderme detrás de mi madre y dejar que ella decida por mí. Pero no se puede, ya no puedo. Sé que la vida es una constante evolución, salir de la zona de confort y aprender a vivir con las consecuencias de mis actos. Ahora debo tomar decisiones basadas en mis necesidades, en mi tranquilidad y en mi paz mental. Sí, ya no importa nada más. El amor pasó a un segundo plano cuando comprendí que lo más importante en mi vida soy yo.
Es muy difícil discernir entre lo que quiero, lo que merezco, lo que necesito, y lo que otros quieren o desean para mí. No sé cómo he llegado a este punto de claridad mental, donde tomar decisiones se volvió importante y dejó de ser algo trivial o sencillo. Todo esto parece ser consecuencia de estar más consciente de mí misma y del mundo que me rodea. Es como una señal de que estoy enfrentando una transición importante en mi vida.
La vulnerabilidad que siento al querer esconderme detrás de mi madre me recuerda que, aunque siga creciendo y convirtiéndome en adulta, esa pequeña Aly siempre estará ahí. Pero debo recordarme que, a veces, la madurez consiste en aprender a convivir con las dudas, con la imperfección y con el hecho de que nunca podré estar 100 % segura de mis decisiones. A veces, el miedo a equivocarme parece más grande que el deseo de avanzar, y eso es algo completamente natural.
Pero también, con la edad viene la sabiduría de reconocer que cada decisión, aunque pueda traer errores, también trae lecciones valiosas.
Comentarios
Publicar un comentario